La mañana llegó con lluvia menudita y fresca, como el rocío en la madrugada. Su canto, apenas oíble, reanima de golpe a un conocido mío… un bohemio poeta que gusta en dormitar plácidamente, en una de las bancas de madera del parque que se encuentra a cuadra y media de mi casa. Siempre lo encuentro allí, con su vieja gabardina descolorida y esa sonrisa que parece guardada para los amaneceres lloviznosos.
Viéndolo desperezarse, con una abierta sonrisa que le ilumina el rostro, lo saludo preguntando: —¿Qué esperas que pase hoy, soñador amigo?
Y a media voz, con los ojos brillándole como si reflejaran el brillo húmedo de las hojas, contesta con un deseo muy propio de él, que cree tener alma de agua: —Que siga así. Que no deje de cantar la lluvia. Solo eso. Que la vida siga tejiendo su melodía en cada gota.
Sentí una punzada de envidia sana por esa simpleza suya, por esa capacidad de encontrar la felicidad en el susurro del agua, mientras yo me apresuraba a mis propios quehaceres. Me sonrió una vez más, y volvió a cerrar los ojos, como absorbiendo cada nota de ese concierto matutino; al mismo tiempo la ciudad a su alrededor, apenas comenzaba a despertar.
11/07/25